Construyendo cultura del paisaje

Invernadero, paraíso tropical

Futuriza: Panorama y Materia


Autor: Camila Medina
19.06.2019

Los invernaderos intrigan. Tal vez porque son construcciones que albergan un jardín. Son artefactos cerrados vegetados. Tanto interior, tanto exterior. Contienen naturaleza controlada, dispuesta y manipulada; a veces productiva, y por lo general exótica, ya que no pertenecen al medio en que se cultivan, necesitando condiciones ambientales artificiales para poder sobrevivir. En base a esta fascinación curiosa, este texto se escribe como una breve excusa para hablar sobre la construcción de idilios tropicales, del hombre como un agente migrador de especies, del encuentro social en ambientes controlados y del anhelo por la construcción de ecologías artificiales.

Quién no ha soñado alguna vez en invierno con estar en un paisaje templado, descansando rodeado de vegetación exuberante en un ambiente tranquilo y tropical. De hecho, no son pocos los que, a mediados de junio-julio y aprovechando la temporada baja, eligen como destino de vacaciones las playas caribeñas o brasileras, para ponerse al sol ‒que en ningún caso quema como el de Santiago‒ y deleitarse ilimitadamente con piña y coco bajo palmadas sombras. Este deseo tropical, de temperaturas cálidas y jugosos frutos, no es nuevo. Aunque podríamos remontarnos al origen del jardín como un intento de construcción de aquel paraíso, en este breve escrito dirigiremos la mirada hacia los siglos XVIII y XIX, para observar específicamente los invernaderos de acaudalados terratenientes, holandeses, ingleses, alemanes, rusos, entre otros, que mediante una operación arquitectónica lograron cultivar en climas gélidos el mismo Amazonas, disfrutando no solo de su vegetación, sino también de un ambiente cálido e inusual en esas latitudes.
Los invernaderos son una arquitectura que, si bien forman un recinto, construyen en su interior un exterior; son tanto edificio como jardín, formando un espacio de límites claros, pero de significado ambiguo y sugerente. El invernadero ‒y su versión grandilocuente en jardines botánicos‒ no es un recinto inocente: construye la utopía edénica a través del dominio de la naturaleza; aquí todos los elementos son claramente controlados por la razón humana. La humedad y la temperatura se regulan para poder producir un medio próspero, pero des-territorializado: piñas, helechos, mantos de eva (Alocasia macrorrhizos) y victorias regias (Victoria amazónica) se inmiscuyeron en el espacio ambiguo entre la casa y la pradera de las zonas frías del hemisferio norte, en los llamados Hothauses, Conservatories o Glasshouses. Si bien el invernadero tiene origen remoto en el cultivo de especies como el pepino en épocas Romanas, y posteriormente el cultivo de la vid en las fruit-walls y las piñas en las pineries (1) [1] John Hix. The Glasshouse. Londres: Phaidon Press, 2005, sus usos agrícolas incorporarán, tras el desarrollo de las colonizaciones en américa y en la proximidad a la ilustración, tonos científicos, estéticos y sociales. Viajeros y naturalistas europeos de los siglos XVIII y XIX llevaron sus hallazgos del nuevo mundo al viejo continente, intentando cuidar, reproducir y florecer las especies en invernaderos tanto privados como comerciales e institucionales.

Así, mientras clasificaban el mundo, fueron los avezados aventureros trasatlánticos grandes responsables de la migración de una amplia variedad de flora y fauna; se llevaron en barco, contra viento y marea y una humedad despiadada, diversas semillas e individuos vegetales, especialmente desde Brasil. Incluso, según explica William Charles Noble, se trasladaron araucarias desde Chile a viveros y posteriormente a los jardines suburbanos del Reino Unido (2) [2] William Charles Noble. “Chilean Trees and Shrubs a History of Introduction to the British Isles” Garden History Vol. 37, No.2, winter 2009 pp.151-173, alcanzando una popularidad casi comparable con el de la piña, fruto deseado por su exotismo y sabor un siglo antes (3) [3] Ruth Levitt "A Noble present of Fuit: A Trasatlantic History of Pineapple Cultivations" Garden History Vol. 42, No 1, summer, 2014 pp. 106-119. Fue posiblemente con la eliminación del humo al interior del recinto, gracias a la invención de la calefacción mediante ductos y estufa exterior ‒atribuida en parte al autor de Sylva, el escritor y jardinero británico John Evelyn (4) [4] Douglas Chamber. “John Evelyn and the Invention of the Heated Greenhouse” Garden History Vol. 20, No.2, Autumn, 1992 pp. 201-206‒ que el invernadero se pudo utilizar como un espacio de encuentro social. Roces que se replican, pero fortuitos y en el espacio público, en los llamados jardines de invierno o winter gardens, como los desplegados en Champs-Élysées, París, en 1847. Pero va a ser el gran edificio de vidrio de Joseph Paxton, The Crystal Palace, el que va a exacerbar la idea de la aglomeración, ya no en el paseo sino en la figura de la exposición, en torno a la capacidad industrial de Inglaterra. La gran caja de vidrio construida para la Gran Exposición Mundial de 1851 acogía en verano (5) [5] Ralph Liberman, “The Crystal Palace: A Late Twentieth Century View of its Changing Place in Architectural History and Criticism” AA Files No. 12, Summer1986 pp. 46-58 un público que alcanzó las noventa y tres mil personas al mismo tiempo, similar al promedio de visitas diarias al Mall Costanera Center, que se estipula varía entre los setenta mil y los ciento cincuenta mil (6) [6] “Costanera Center Promedia 500 mil visitas a la semana” Visto en America Retail en abril, 2019. https://www.america-retail.com/industria-y-mercado/costanera-center-promedia-500-mil-visitas-a-la-semana/.

Hoy en día es posible visitar grandes invernaderos que persisten en Jardines Botánicos como el de Kew Gardens, en Inglaterra. O que aparecen como una ruina, como el invernadero de nuestra Quinta Normal de Agricultura. O que reviven en experimentos como Biosphere 2 (1991), un edificio proyectado como un mesocosmos autónomo con ecosistemas artificiales cerrados para la vida del hombre fuera del planeta o en un medio de condiciones críticas medioambientales. O asociados a oficinas como Amazon (Spheres, 2018), que intentan promocionar una imagen de empresa “sustentable.” O como Eden Project (2001), que con recursos millonarios transformó una cantera abandonada en un bosque lluvioso de interior. Al parecer el invernadero como tipología arquitectónica sigue vigente y es tal vez porque se ha establecido como una representación del poder del hombre para producir vegetación en ambientes artificiales en un contexto de cambio climático que cada vez se hace más visible. Aumentos y disminuciones de temperaturas promedio y de cantidad de precipitaciones han transformado al planeta en un sistema que nos parece impredecible. Así, en el discurso actual que enfrenta una crisis medioambiental, surge la aspiración por salvar al medio para sobrevivir en un mundo en decadencia. ¿Serán los recintos transparentes la forma del paisaje resiliente, o incluso, tal vez la incubadora de una nueva “naturaleza”?